El hipopótamo. Caballo de río. El equifluvial organismo hinchado y rechoncho, tranquilo y violento. Plácido, sudando sangre, para no mezclarse con el agua en la que tanto se complace.
Avistado y bautizado por las falanges de Alejandro, el magno conquistador de mundos, sorprendió a propios y extraños y terminó por cambiar al mundo antiguo para siempre. Desde luego, quisieron domesticarlo. ¡Pero habría de ver semejante bestia! Siempre con cara de sueño. Siempre en estado de guerra, más que índigo se diría greco.
Los terribles generales se imaginaron atravesando el mar cabalgando las imponentes bestias. Arremetiendo triremes, en su caballería acuática, tan solo con sus lanzas.
El intento de domesticación poco valió la pena. Además de una que otra salpicada, y un par de hombres heridos, la empresa fue abandonada.
Quedaba medio mundo por conquistar, y había que darse prisa. Quizá con un poco de paciencia aristotélica, otra hubiese sido la historia.